http://milfondos.es/prev/23203.jpg
Mi escudo, mi daga y mi laúd, esenciales para la batalla no me faltaron aquel día. Lo recuerdo aún con claridad, como no hacerlo, pués fue el último día de mi vida.
Me encontraba tranquilo en el muelle, contando historias como acostumbraba, compartiendo vino con los pescadores e intercambiando viejas historias, cuando de repente una brisa extraña cubrió todo el pueblo, -¡Oh por la red de mi padre, la lluvia arruinará la pesca!, dijo un enano pescador algo embriagado, pero yo sabía que algo mas que una simple lluvia estaba por caer.
Ayudé a todos a recoger sus cañas, amarré sus barcas al muelle antes que la tormenta nos caiga encima, pero no había mas que viento, el cual soplaba cada vez con mas fuerzas. Una vez terminado mi labor, decidí quedarme en mi casilla esperando que el mal tiempo pasara, pero para mi sorpresa la lluvia jamás llego, si no que un manto oscuro y luminoso cubrió todo el pueblo.
-¡Tranquilos camaradas!, exclamé algo nervioso, e inmediatamente me dirigí hacia el muelle donde una insignificante esfera luminoso levitaba. Tomé aire y me acerque lentamente hacia ella, inmediatamente pude identificar que se traba de un mensaje enviado a través del conjuro Ikräu, -"Caerán bajo una danza mortal, asesinados por su propio puño", exclamó la esfera y rapidamente desapareció.
Me quede atónito, cerré mis ojos y al abrirlos pude ver como una horda de Dioses descendía de los cielos, estaban en todos y cada uno de los rincones del imperio, allí fue cuando me dí cuenta que el fin de una era estaba a punto de concretarse. Ya estaban frente a nosotros, los seres mas poderosos, aquellos que jamas sentirían el frío de la muerte, los Dioses.
La batalla dió comienzo, todo tipo de criaturas era invocado por los inmortales; Dragónes, Golems, Medusas, Leviatanes destrozando el muelle, ya no había punto de retorno, solo nos quedaba luchar. Empuñé mi daga, aclaré mi mente y comencé el combate, ya no importaba que tan poderoso podía ser el enemigo, ni que tan dolorosa era la derrota, la muerte o la vida eran el único fin.
A lo lejos pude verlo, el Dios de dioses, signo del principio y el fin, si tenía una oportunidad podría salvar el imperio de su furia, debía derrotarlo a como de lugar. Corrí con todas mis energías hacia el, mis últimos suspiros se concentraron en un conjuro de apocalípsis destructivo, era mi única oportunidad de golpearlo, -¡Hasta siempre! fueron mis últimas palabras, y lanzé mi conjuro sobre el. Luego de mi último golpe, caí tendido en el suelo, solo tenía fuerzas para respirar pero aún así, hice un esfuerzo y miré hacia arriba, ahí estaba el, mirándome con desprecio y burlandose de mi desesperado intento, yo solo quedé mirándolo. Mi fin había llegado, empuño una daga dorada me miró fijamente y me apuñaló sin piedad alguna.
El cielo se veía blanco, parecía que las nubes negras se habían ido, fué allí cuando me di cuenta que aún estaba conciente, me pongo de pié y no logro reconocer el lugar, era un bosque muy tranquilo. Comienzo a caminar algo desorientado, cuando un lobo gris intenta atacarme, sin ningún problema un conjuro de descarga lo vencería, pero no, extrañamente olvidé el conjuro. Para mi suerte un mago que merodeaba por el bosque me dió socorro y asesinó a la criatura, le agradezco algo avergonzado y le pregunto, -Disculpe hechicero, qué parte del imperio sureano es esta?, me mira como si estuviera loco y responde -Buen aventurero, parece que esta algo perdido, este es el imperio Argentum.
Así fue como llegué aquí, aún no logro comprender si he muerto, o algo salvó mi vida, solo puedo afirmar que no tengo mis habilidades, es como si hubiese vuelto a nacer, con el don de comprender a los animales.
